Viaje en barco
Ésta historia se desarrolla en los años 50.
Martín Ostric fue condenado a 20 años en una celda de aislamiento en la Prisión de Oslo (Noruega). En el habitáculo oscuro, húmedo y frío, estaba tan desquiciado y tan triste, que al fin encontró la manera de entretenerse jugando al ajedrez. Se hizo un tablero en una esquina del suelo y, con unas migas de pan, realizó las figuras.
– Para jugar bien al ajedrez, hay que entrenar el arte de anticiparse, como en el juego de la morra (https://www.youtube.com/watch?v=mOvcJ0G52ao). Hay que ponerse en el lugar del otro.
Hay que tener en cuenta de que las personas somos como el Sugrú, un material muy maleable al principio que a las 24h es irrompible. Es decir, cuando somos pequeños, nuestra manera de pensar es muy flexible y abierta, pero cuando hacemos o pensamos siempre de una manera, nos volvemos rígidos mentalmente. –
Martín, al cabo de poco tiempo, jugaba al ajedrez con 2 tableros porque con uno se aburría y, como todos cuando hacemos algo muchos días, se perfeccionó. Jugaba al ajedrez horas y horas, pero hay que comprender que en cierto modo es como aquel que quiere saciar la sed con agua salada. Es decir, cuando uno tiene la angustia de estar en un sitio encerrado, que no sabes si arañar las paredes o qué, pues la matas con algo que crees que la matará, y al final la exacerba. Es como las drogas, tu te crees que tomandola te va a dar paz y al final te da más guerra. Se puede crear un proceso de adicción.
Los guardias, que eran colaboracionistas, se la tenían jurada y le hicieron una inspección de celda. Le tiraron las migas, y no sabía qué hacer.
– ¿Qué creéis que hizo Martín entonces? –
Pues se imaginó el tablero con el oponente imaginario. Ya ni se movía, se fue a la cama y allí tumbado lo imaginaba todo. El primer año jugaba con un tablero imaginario, el segundo con dos. Como al final iba demasiado rápido, cada año sumaba un tablero. A los 8 años con 8 tableros.
A veces salían como chispitas, unas lucecitas, que se parecen a los fosfenos como cuando nos vamos a dormir.
Llegaron sus 20 años y se fue a casa. Allí se encerraba en su habitación, apagaba la luz y jugaba al ajedrez, porque claro, ahora era así como se sentía cómodo, lo tenía como hábito. Su sobrino, que era pequeño y tenía curiosidad por conocer a su tío, tenía la suficiente inteligencia como para acercarse a él, sin atravesar la puerta de su dormitorio, para jugar al 3 en raya (no sabía al ajedrez).
La familia, viendo éste panorama, optó por llevarle al psiquiatra. Éste le dio una medicación que le fue bien, y le dijo que tenía que integrarse de forma que lo primero que tenía que hacer era volver a llevar una vida con hábitos normales, y una manera de despejarse y hacerlo era haciendo un viaje para poder salir de casa y mejorar. Casualmente les había tocado un viaje de los chocolates Nestlé a San Petersburgo en barco, y le dijo la familia que fuese él. Y él aceptó.
Justo en ese momento, se había desarrollado en Noruega el campeonato mundial de ajedrez.
En aquella época ganó la primera mujer, Ludmilla Rudenko, que era un poco soberbia y prepotente, porque ganaba a los hombres. No había quien la aguantara pero era la campeona del mundo.
El jefe de fiestas del barco, realizó un multicampeonato en el salón con ella. En el salón iba ganándoles a todos, y éso todavía le subía más el ego.
Allí estaba Martín que se decía “creo que esto no es muy conveniente para mí” una y otra vez. Y maître le dijo “pero hombre, sea usted un poco sociable”.
– ¿Qué hubieseis hecho vosotros? –
Pues al final Martín le presionó tanto que jugó. Se puso en una mesa y en dos movimientos le ganó a Ludmilla. Ella se excusaba diciendo que se había puesto nerviosa y que había comido muchos arenques que no le habían sentado bien… pero claro, ella era muy chulica, muy orgullosa, y le dijo que jugara otra partida con ella.
Él aceptó, y partida tras partida él le ganaba. Ella le decía “pero quién es usted! Si no es nadie cómo me puede ganar a mi!. Todas las partidas fueron ganadas por Martín y fue vitoreado, pero él en vez de seguir con la fama, prefirió ser anónimo. Pero ella, sin embargo, se dió cuenta que la fama era efímera produciendo una felicidad transitoria, pasajera….por lo que esa experiencia le hizo volverse más humana. Se quedo a vivir en San Petersburgo, donde decidió donar su patrimonio a una fundación para obras sociales.
Porque chicos, la felicidad duradera es aquella que nos proporciona el seguir unos objetivos con unos principios y valores, y no las cosas que van y vienen.
Y fijaros en cómo Martín influye en Ludmilla, porque hay que darse cuenta de las consecuencias que generamos en los demás.