La pluma negra
Nuestra mente parece estar predestinada a la acción. Llena de propósitos barrunta continuamente planes, serios unos, caprichosos otros. Pero aún con la experiencia de una vida se hace imposible evitar que surjan despropósitos, situaciones no previstas, incluso un destino que nos aguarda agazapado para cazarnos como a conejos incautos.1
Murian entró un día en la tienda de estilográficas y objetos de regalo que estaba en la calle que daba a la bahía en la que muchas veces se había entretenido curioseando el escaparate.
También se hallaba Dumo que buscaba algo especial, por puro azar, porque el destino por entonces no se había manifestado.
Al pasear entre los objetos de la exposición se cruzaron. Primero sin conciencia de coincidencia, luego por repetición de vericuetos, se miraron y se sonrieron como caminantes que se encontrasen en un camino silvestre, dulcificados y enternecidos por obra de una naturaleza exuberante que compartían.
En un aparador de objetos de escritorio, ambos, por pura simultaneidad de gustos, observaban una pluma delgada negra que les atraía y querían curiosear de cerca, de tal modo síncrono, que sus manos se rozaron en la trayectoria y al girarse uno hacia al otro para aclarar, disculpar o reaccionar a la confusión imprevista estaban tan cerca que sintieron un calor y un escalofrió al mismo tiempo.
Murian se fue precipitadamente, asustada por sus propios sentimientos repentinos y desbocados. Dumo se quedó atorado sin reaccionar unos segundos y cuando despertó de su letargo dio un salto a la calle para seguirla, aunque la finalidad de hacerlo fuera sin duda un deseo absurdo y terco.
Ella había desaparecido. Pero en cambio, una vez que su ansia por localizarla fue derrotada por el cansancio y la evidencia, se dio cuenta al fin, de que el paseo estaba tomado por una extraña procesión de gentes de muy diversas razas y naciones que parecían acercarse en peregrinación al promontorio.
No era el único que a la vista de la llamativa procesión se unió como curioso siguiendo el curso de gentes acompañándoles por los laterales.
En un claro del parque del promontorio se divisaba el montaje de una carpa a la que se dirigían los devotos, sectarios o invitados al singular acontecimiento.
Dumo intentó aproximarse serpenteando a los coloridos asistentes2, que le dejaban paso educadamente, tal vez por considerarlo más exótico que ellos y merecedor de una mayor proximidad, al lugar en el que se desarrollaba el evento.
Atascado en las proximidades más concurridas sólo pudo entrever la figura de alguien ataviado con vestiduras lujosas que llevaba una especie de cetro en la mano y tenía la cara tapada por una cortinilla de piedras preciosas ensartadas.
Gamur! Gamur! gritaron todos para que se supiera que llegaba el príncipe. El príncipe, antes de tomar asiento al lado de la princesa, dijo:
-Bienvenidos todos!!- y la traducción3 corrió por las filas como una pólvora encendida, pasando hasta el ultimo de los fieles de la religión que fuera o país.
Durante la ceremonia se cerró un momento la cortinilla, porque la esposa tenía que beber de una especie de cuenco dorado alguna substancia fatalmente comprometedora, y descubrió que era la misma mujer que había visto en la tienda unas horas antes.
Se le hizo un nudo en el estómago, no sabía bien por qué. Si por haberse entrometido de una forma imperdonable en un matrimonio sagrado o si por qué lo sagrado no impedía lo profano que le había arrastrado sin permiso y sin saber por qué, ni para qué, ni por cuánto tiempo.
El caso fue que Dumo, sin esperar a que acabara la ceremonia, se escurrió entre los cuerpos coloridos, que impávidos y conmocionados cantaban al unísono una misma salmodia4 y se dirigió a la tienda con la desgarrada intención de conseguir al menos la pluma negra para tener algo entre manos, tangible y seguro en esa misteriosa tarde.
La tienda estaba vacía porque el dueño por lo visto había debido ir a la ceremonia, como no, si tal vez había convocado a Murian a la tienda con la intención de que eligiera lo que más le gustara como un regado de nupcias .
Dumo tomó en sus manos la pluma delgada, miró si había mas clientes que le pudieran observar, si había cámaras y como se vio impune, la cogió con escrúpulos, arrastrado por una fuerza que no era el capricho del consumo, sino un ensueño maldito.
Justo en ese momento entró una señora con desparpajo a coger cambio de billetes por su cuenta de la caja, suponiendo que a Dumo lo habrían dejado encargado y que como tal lo podría tratar de colega a colega auxiliar en el establecimiento:
-Cuando vuelva el jefe le dices que le he cogido cambio –se limitó a decir, no sin antes hacer un minucioso retrato del nuevo hombre de confianza de su colega comercial.
Esa observación de la tendera sirvió de descripción del supuesto ayudante que se llevó misteriosamente una pluma negra en vez de las docenas que había en la caja, para el número de secretos seguidores incondicionales que buscaron a Dumo por toda la ciudad.
La mismísima prueba de la estilográfica la hallaron al final, oculta en un pañuelo dentro de un zapato en su casa tras escudriñar sistemáticamente todas las del barrio. Toda esa precisa información reunida, la dispuso de forma discreta Murian, que se presentó en su residencia un atardecer sin guardaespaldas y camuflada con ropa de calle.
Ella no quería otra cosa que hablar con Dumo. No se sabía si por algún ritual reconfortante seguido por la secta, alguna costumbre estrafalaria que tuvieran o por el capricho de intentar recuperar la pluma negra, aunque este último propósito no tenía ningún sentido porque ella podía haber adquirido otra igual, habérsela pedido en cualquier momento u ordenado a sus secuaces arrancarla de su escondite.
A Dumo le gustaban mucho sus ocasionales visitas, vestida de una forma sencilla como una muchacha cualquiera. Sobre todo le gustaba sentir lo que notaba con su proximidad y se le saltaba el corazón cuando ella lo llamaba “mi Dumo talismán”.
Le hizo muchas confidencias íntimas que tal vez no debía y llegó a tener conocimientos muy peligrosos. Aseguraba que aún casada con el príncipe, se sentía muy desgraciada porque no la quería para otra cosa que para que le diera un heredero. Le explicó que el príncipe Gamur la obligaba a hacer dos veces el amor cada día para que quedara preñada y lo hacía de un modo poco pasional, pero no obstante salvaje. Pasados los meses, como no quedaba inseminada la entregaba después de penetrarla sus dos veces a un hombre famoso por haber dejado en cinta a varias mujeres.
Murian, en una visita a un ginecólogo que no era de la secta se había hecho colocar un DIU como una forma de rebelión frente a las imposiciones desalmadas a la que se veía reducida y le hizo jurar que nunca revelaría a nadie el secreto, ni a su mejor amigo –bien sabía que era ella la única y mejor amiga- , ni a una pareja si la tuviera ni a sus padres si todavía vivieran5.
-Y por qué no huyes. Yo mismo podría ayudarte si fuera necesario..
-No quiero que corras ningún peligro por mi culpa ni perder el único amigo que tengo en la ciudad. Además, habrás visto que fuera de la casa, en cada esquina del camino hasta el promontorio, vigilan dos o tres personas de la secta que parecen discutir de negocios o simulan estar hablando por teléfono, pero en realidad nos espían.
-Pero entonces el Príncipe ya sabe que vienes a verme…, exclamó con horror Dumo, asombrado por la inocencia y torpeza con la se había creído anónimo-
-Si, eres la comidilla de la corte, pero el Príncipe sabe perfectamente, después de haberme retorcido el brazo unas cuantas veces, que no pasa nada entre nosotros,y que es como un inocente entretenimiento.
En cierto modo Dumo se había tranquilizado por el supuesto permiso del Príncipe para las visitas y de la oficialmente ‘pura’ relación que había entre ellos. Estaba muy aliviado, porque en su interior sabía que había nacido una atracción prohibida que guiada por su débil voluntad podría perpetrar la desgracia de Murian y tal vez destruir a la secta entera.
Fue ella. Fue ella la que un día, después de una visita al ginecólogo, sin más, le dijo:
-Vacía tu pluma negra y hazme un hijo.
Dumo se negó, aterrorizado, porque su propio deseo, descarnadamente exigido por la princesa, le podría abrir las puertas del abismo. Pero ella había aprendido ciertas artes amatorias irresistibles de sus inseminadores oficiales y Dumo no pudo resistirse.
La princesa, cabalgando sobre él salvajemente, gritó:
-¡¡Ahora me quedo!!
Dumo se quedó dormido, exhausto y la princesa, desde ese día, ya no volvió más a visitarle ni respondió a los mensajes que le envió a través de las asistentes de cámara a las que intentaba sobornar para que le entregaran en secreto notas de amor, reproche o desesperación.
Por fin Gamur tuvo un heredero. En la secta se colgaban al cuello un pañuelo rojo, haciendo que la ciudad pareciera un campo de amapolas.
Cuando Dumo intentó escribir una felicitación a la princesa, insinuando entre líneas la pregunta de quién era el padre, “dime quién fue el que te ayudó a cruzar el río, quién fue el que te ayudó a coger la manzana del árbol, quién fue el que sembró las rosas en el jardín”..6 descubrió con horror que del doble fondo de la mesa del escritorio, donde estaba guardada, había desaparecido la pluma negra.
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Dos personas se encuentran al azar, pero descubren una afinidad de gustos, expresada por la pluma negra que les produce un interés mutuo. Pero la princesa Murian arrastra en ese momento de posible bifurcación, el peso de un compromiso de boda con el príncipe ese mismo día.
Dumo imagina un deseo irreal de encuentro, representado por las masas de gentes que acuden a la ceremonia. Durante la boda descubre que la mujer por la que sintió atracción es la princesa, imposible de alcanzar y como deseo sustituto opta por conseguir al menos la pluma negra que le gustaba en la tienda.
La princesa no ceja de hacer averiguaciones del paradero de Dumo, hasta encontrarle y proponerle un relación de amistad, que es lo que se puede permitir dadas las circunstancias. En la intimidad de sus conversaciones se va fraguando una confianza y tal vez un amor prohibido.
Ella es infeliz y se ve obligada a tener relaciones sexuales sólo para dar un heredero al príncipe, sexo forzado y malos tratos son traídos subrepticiamente a la luz. Hasta que un día se decide a intimar con Dumo para quedar embarazada de él y tener un hijo suyo ya que no puede ir más allá con él, vigilada constantemente por los esbirros del príncipe.
Cuando logra estar en cinta ya no vuelven a quedar, tal vez el príncipe no está dispuesto a concederle más prerrogativas, obtenido lo que quería. Dumo intenta aclarar si el hijo es suyo o no sin éxito, y no sólo eso, sino que el símbolo del amor que les unía, la pluma negra, ha desaparecido.
Tratamos de los amores imposibles y de los sustitutos del amor, un hijo, un gato, la comida, el juego y las drogas simbolizadas por la pluma negra sustituta del encuentro fallido.
Dibuja un mundo de infelices, felices oficiales que no lo son y los que lo quisieron ser y nunca lo lograron, que por un momento encontraron una puerta abierta al amor, que tampoco se atrevieron o no pudieron traspasar.
El cuento no pretende ser un discurso al uso contra el maltrato, ni un panegírico del amor verdadero, simplemente colocamos delante de los presentes el panorama del desastre, nombrándolo, recalcando decisiones que se toman, dibujando los conflictos, facilitando la identificación del “eso también me pasa a mí” y poniendo ante los ojos un problema que interroga sobre posturas a tomar. Unos personajes consiguen logros y otros fracasan o se descarrilan. De todos ellos podemos aprender. El así sí y el así no son en todo caso una conclusión íntima de cada cual en vez de una incorporación prefabricada.
NOTAS TÉCNICAS
1Explicación pedagógica que se puede improvisar manteniendo la idea de que intentamos ir ganando experiencia a lo largo de la vida, pero siempre estamos expuestos, en cualquier momento a nuevas situaciones ante las que nuestro conocimiento previo no nos protege de tomar decisiones incorrectas.
2Realizar movimientos de serpenteo con los presentes levantados de sus sillas y compactados en grupo juntos, pero dejando un mínimo espacio para que el actor-narrador los serpentee. Para hacer más lúdico este juego puede haber otros voluntarios serpenteadores, de esa manera se refleja el júbilo religioso de los sectarios.
3Los presentes, especialmente los oriundos de otros países, traducen a distintos idiomas “bienvenidos todos” para reforzar la idea de “ola del mensaje”,
4Realizamos en este punto un ejercicio de musica salmódica entre todos.
5Fragmentos de humor remarcados, énfasis, en el tono de voz para que se perciba la paradoja que lo causa.
6Buscamos frases eufemísticas para expresar la misma pregunta entre los asistentes.