Defensa geométrica

Defensa geométrica

Siendo pequeño Remi ya era un niño que jugaba en la sombra de una cueva o en el sótano oscuro en el que se guardaban sacos de arena, bicis rotas, baldosas y muebles sin uso conocido, en pasadizos misteriosos que comunicaban alas de edificios, pasos en desuso o zonas que nadie conocía.

Prefería los muros encajonados de los frontones, las esquinas inhabitadas de lo patios, las casetas en las afueras, los fondos de las piscinas y los fondos marinos, los rincones umbríos de los parques y las aulas deshabitadas del colegio o los despachos vacíos e incluso los armarios holgados en los que podía agazaparse una persona para hurtarse a la luz del día.

En las siestas le gustaba más imaginar mundillos debajo de la sábana aupada en forma de cabaña india que tumbarse a dormir. También disfrutaba más debajo de la mesa que usarla como apoyo para leer o dibujar.

La vida oficial, incluso el aire libre de la naturaleza eran opresiva y carente de verdadero interés comparado con encontrar un lugar inaccesible y extraño, que estuviera encantado por una geometría que lo protegiera de la vida diaria, como por ejemplo el desván de la tía Marilú lleno de cachivaches pertenecientes a unos tiempos en los que se trabajaba, se vestía o se alimentaban los antepasados de unas formas incomprensibles, pero aptas para que el alma espiritual de un niño encontrara un objeto que hiciera de medium de otra dimensión, como las hornacinas podrían servir de cascos guerreros, trillos como tridentes, caballos de cartón como rocinantes, unas enaguas de capa o una plancha de carbón el martillo de Thor.

Los muros los construye el hombre para resguardarse del peligro, del frío, del calor, de la lluvia o de la terrorífica mirada de los demás, que arranca con los garfios del descubrimiento las flaquezas del ser.

Remi podía vivir mucho mejor detrás de un muro, encerrado, que extramuros, aparentemente libre.

En los muros abandonados y en estado de ruina no hay anverso ni reverso, sino lagartijas, musgos, oquedades y jirones del tiempo condensados en hendiduras, brechas y bruscas roturas.

Las paredes permiten tener vida interior. Si se recubren con arabescos o la pintura tiene aguas de relieve, se pueden descubrir toda suerte de figuras. Si tiene papel se puede arrancar formando atractivos fractales. Si tiene agujeros o rajas se descubren tijeretas, arañas y pequeños habitantes negros o rojos. Se le pueden añadir al antojo banderines, postales, posters y toda suerte de recuerdos que quedan a salvo en su pétreo soporte. Tu pared solo la ven personas elegidas a las que se puede comunicar su significado si merecen total confianza, los demás o nunca la verán o nunca la entenderán aunque la penetren como intrusos.

Las alacenas, los armarios y algunos recovecos de las casas, esa especie de árboles en los que vivimos de cara adentro, suelen tener altillos y en ellos Remi no solo buscaba mermeladas en conserva o sacos de almendras, sino secretos, como por ejemplo una pistola escondida, un cuadro envuelto en un pañuelo, cartas antiguas, sombreros de fieltro, muñecos de guata, polainas, maletas e incluso ristras de monedas fuera de circulación.

Las paredes nuevas tenían el atractivo de marcarlas con pequeños símbolos cabalísticos de bolígrafo, rayones casuales y pequeños mensajes que no se atrevían a desvelarse completamente, primero con tiza, luego a tinta china.

Comenzaban a tener nueva vida, esto es, de uso, con las sombras negras que dejaban en ellas, cuadros, muebles, manos sin lavar o rozaduras de silla. Cuando el tiempo trascurría en la lentitud de la infancia que se pierde y las brusquedades del día y la noche cuarteaban la pintura y horadaban el ladrillo con rajas profundas, Remi se enviaba mensajes a si mismo que incrustaba en las hendiduras sin ningún temor de lo que se pudiera contestar desde los abismos de muro resquebrajado.

El moho y la salitre, que tanto escandalizaban a los mayores, a él le proveían de valiosas substancias para mezclar con polvo de naranja seca, carbón, azufre y toda suerte de alternativas en busca de la pólvora.

De la iglesia lo que más le interesó fue el pasadizo que comunicaba el coro con la sacristía, que recorría con amigos elegidos, los almacenes de la tramoya de las procesiones y los altares postizos que se construían en semana santa a los que arrancaba virutas doradas para demostrar que no eran de oro como creían las beatas y sobre todo el campanario, con su escalera de caracol, en la que prefería trepar por el lado mas estrecho que por el más seguro y amplio.

Cuando tuvo edad de merecer y las fuerzas hormonales se apoderaron de él como si fuera una marioneta en manos de un borracho buscó la seguridad de la noche, pero no a la luz de la luna, sino en los antros en los que pudiera circular como en una mazmorra a través de los aparatos de tortura como la música a todo volumen, los billares, pubs y discotecas.

En un pasaje comercial, iluminado por neones en vez de luz solar, sentado en los escalones de un cine abierto de madrugada, se acarició y se besó con su primer amor, en el momento fantasmagórico en el que quedaron a solas en el túnel del tránsito silencioso.

Tanto el pensamiento como la acción entendida como trabajo, requirieron su especial arquitectura. Para aprender tuvo que someterse a la parálisis de un pupitre en un aula de gruesos muros de piedra y su primer trabajo fue en los lóbregos bajos de un edificio al que había que subir vendiendo la vida al diablo y sólo los que oscurecían al completo ascendían a la azotea del edificio.

El caos del sentir de la vida requiere defensas adecuadas de ventanales que dejan ver sin tocar, puertas que se cierran tanto para venir como para irte, como los taconazos de los soldados obedeciendo las órdenes del superior.

Los momentos vividos en las casetas construidas en la infancia, en las cuevas a las que acudió en las excursiones, los descansos en las torres y el encuentro en todos los lugares previstos para encontrarse con congéneres parecían proporcionar una agradable sensación de ser uno mismo con total seguridad de serlo.

Pero desgraciadamente los suelos antideslizantes de las baldosas ordenadas con regular geometría comenzaron a emborronarse y a convertirse en una especie de mancha de petróleo. Los neones chisporroteaban con crujidos amenazantes, las cajas de tomas eléctricas lloraban, las rajas de las paredes se abrían como las aguas a Moisés y de ellas salían cabezas pétreas que aullaban quejidos ancestrales. Los pasajes en vez de dejar pasar, se convertían en peligrosas escaleras de cuerda de un circo o en el puente frágil de una profunda cañada. Las paredes estrechas y tan confortables como barandillas parecían evaporarse como niebla que disipa al mediodía. Lo pequeño se agrandaba y lo grande se empequeñecía y parecía que las leyes del espacio y del tiempo le trasladaban a otra dimensión. Y luego, entre los entresijos del mundo roto, salía como una voz de dios o de un sabio o de un diablo que le mandaba girar, saltar, decir no o gritar sí, o hacer el pino.

-Doctor, le preguntó angustiado Remi a su psiquiatra, ¿En qué tipo de casa o sótano o pasaje podría estar seguro y defenderme del horror, de Dios o del diablo o del anciano sabio?

-Quizá una planta de hospital, enrejada, pintada de verde suave, rodeado de personas que le cuiden, pueda ser el sitio donde la realidad vuelva a estar acorde con una arquitectura y su mente ordene las líneas, ángulos, relieves y profundidades en las que el caos quede alejado, como rechazado por un talismán mágico.

-Lléveme a ese sanatorio por favor, para que cuando salga por un túnel o un taxi pueda volver a un sitio en el que sentirme otra vez seguro.

-Aunque sería mejor que usted pudiera sentirse bien en cualquier sitio siempre, que no tuviera que defenderse de ningún peligro por aceptar que las cosas ocurran a su aire en vez de empeñarse a controlarlo todo.


COMENTARIOS

#sagaRemi #defensa #alucinación #renovación #psiquiatra

Se realiza un repaso de espacios que reflejan la vida de Remi, desde la infancia hasta los vividos en la enfermedad mental, de percepción alucinada.

Los lugares favoritos de la infancia: la bodega, el desván, los armarios, los altillos, la mesa camilla, las cabañas y cuevas, lugares donde esconderse o explorar libremente.1

Las paredes de la casa son como una segunda piel, que ostenta manchas, tiene decorativos y señales de viajes, aficiones que hemos tenido y fotos.2

Las paredes nuevas, conforme se usan, van adquiriendo la patina del tiempo ¿Cuáles son las señales? Oscurecimiento, manchas de tabaco, marcas ennegrecidas de los marcos o los posters, huellas de chinchetas o tacos con alcayatas abandonadas tras un uso ocasional, grietas, mohos y humedades. La pared es una metáfora del tiempo que pasa. De tanto en tanto las arreglamos y pintamos como propiciando una renovación y volvemos a empezar otro ciclo.3

Se mencionan instituciones tradicionales por las que hemos podido pasar: la escuela, la iglesia que conforman parte de nuestra educación.4

Conforme Remi aumenta su edad incorpora la noche y los tugurios como lugares especiales en los que se han manifestado sus necesidades de estar en “otra casa” buscando su identidad en el mundo. Incluso el amor lo encuentra en el decorado artificial de un corredor comercial (La avenida de la luz).

Los cines, las sesiones continuas, el mundo heroico, el romanticismo, que han hecho de él un “ser de cinematográfico” en ese espacio oscuro de presencias adyacentes.

El lugar del trabajo para Remi es otro sótano en el que pasa años manipulando piezas en medio del ruido. 5

Todo el énfasis puesto en los espacios en el que han sucedido las cosas en vez de los acontecimientos mismos crea una especie de división entre yo-que-actúo y yo-que-estoy-ahí en un escenario, y sabemos por el cambio del exterior que un proceso de enfermedad está ocurriendo en el interior: las paredes parecen estar más resquebrajadas que de costumbre y de sus grietas surgen insondables misterios rezumando, los cables y las cajas de distribución parecen cobrar vida propia y susurran, el techo cruje dejando traspasar dolores y maldades, el suelo se emborrona de materia oscura.6

Ante la petición de consejo al psiquiatra sobre qué espacio es el mejor para él, que le tranquilice o cure su alma perdida, se le ofrece el espacio azul de una sala hospitalaria. Se le sugiere con delicada ironía frente al espacio problemático, como un lugar en el que la enfermedad le dejará en paz, el retiro del mundo hostil en la planta de psiquiatría.


NOTAS TÉCNICAS

1La narración de este texto bastante literario va de la mano de evocar con los oyentes qué cosas recuerdan que siendo pequeños tenían en el desván, en la bodega, en el cuarto trastero. Quienes habían hecho cabañas y de qué forma las construían. Quien había estado en una cueva, quién se había escondido en un armario o en qué otro sitio de la casa les gustaba ocultarse. Cuál era el lugar preferido para estar tranquilos y jugar.

2Cada uno de los presentes que quiere cuenta qué veríamos en la pared de su habitación si entrásemos a espiar, tanto la actual o una que elijan de un tiempo pasado.

3¿Como están nuestras paredes-alma-piel? ¿Hemos hecho alguna renovación o cambio de decoración?

4Describimos la escuelas en la que estudiamos, las sensaciones que nos producía. Qué sentimos cuando entramos en una iglesia (refugio, paz, angustia..)

5Preguntamos sobre cómo eran los lugares en los que han trabajado.

6En este punto alguno de los presentes puede describir cómo ve la calle o las paredes cuando se encuentra mal.

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