Eclipse fraternal
Trabajamos ideas: poder del amor; poder de los roles impuestos por los demás; celos sin motivo; acción sin reflexión…
Utilizamos técnicas narrativas: uso del tono y la expresión gestual y corporal para enfatizar situaciones;
Ramón era el hijo único de una familia de ganaderos y agricultores, los Gallineros, y con esto de que era el niño mimado y único heredero del patrimonio familiar conforme creció y se hizo cargo del negocio supo multiplicarlo con creces. Compró buenas tierras aprovechando gangas y oportunidades, crecieron las cabezas de ganado vacuno y hasta abrió una granja de cerdos. Dicen que las personas queridas hacen proezas increibles…
Cuando Ramón tuvo edad de merecer ennovió con Ana, de la familia de los Pellejos. Ana, a diferencia de Ramón, no fue una niña querida y deseada. De hecho su existencia fue considerado un error por su madre, que además tuvo un mal embarazo y peor parto. Quizá por ese motivo no le demostró nunca cariño y le reñía constantemente por cualquier cosa. Ana no obstante se portaba muy bien y hacía lo posible por no molestar, tanto, que incluso a muy corta edad se preparaba ella las papillas, aprendió a cambiarse el pañal, si le decían que durmiera media hora de siesta dormía hora y media… Incluso la primera vez que fue al colegio lo hizo sola por no molestar a su madre, aunque claro se equivocó de clase, era muy pequeña. Todos estos esfuerzos para no agraviar ni molestar a su madre tampoco surtían el efecto de que la tratase con más amor por lo que nunca se sintió del todo bien.
El noviazgo y la boda fueron muy bien a pesar del pique que Ramón tenía constantemente con todo el mundo. Consideraba que todo lo que hacía su familia era lo mejor: los productos de su huerta, las cosechas, los animales, eran mejores que los del resto del mundo. Y ¡ay de aquel que se atreviera a opinar lo contrario! Como aquella vez que la familia de Ana consiguió una calabaza gordísima mucho más hermosa que las del huerto de Ramón. Cualquiera le decía que valía más… Consideraba que ÉL SABÍA hacer las cosas bien
La pareja sufrió el drama de que el primer hijo naciera muerto, afortunadamente nació otro en perfectas condiciones, le pusieron Juan. Desde el primer momento su padre estuvo muy pendiente de él y le hacía juguetes caseros: sonajeros que eran calabazas, colgantes para la cuna que eran aperos de labranza en miniatura… Se lo llevaba mucho al campo con él desde pequeño, hasta le enseñó a conducir el tractor, cosa que su madre no aprobaba. Quién sabe si por el contacto continúo con la granja y con el campo desde pequeñito Juan tuvo buena mano para las dos cosas. Pronto aprendió a distinguir entre la espiga de trigo y la de la cebada, sabía el nombre de los cultivos, cómo alimentar a los animales… Hacía gracia verlo tan pequeño ayudando en el huerto, con una mini azada en la mano con apenas 4 años y el pelo pincho. En esta época nació Robertico, al que Juan cogió tirria, igual ya se veía dueño y señor de la hacienda o quizás es una cosa normal entre hermanos. La cuestión es que desde pequeño hacía de menos a su hermanito, aunque su padre le prestó muchísimo menos atención que a él mismo. Ni le fabricó juguetes con hortalizas ni tampoco de aperos de labranza, tampoco lo llevaba desde pequeño al huerto. De hecho pensaba que se le daban mal estos trabajos, que no era hábil, que se le caía todo, confundía las cosas… y se lo repetía constantemente: -Robertico mira que eres torpe, ese no es hombre, fíjate más, es que no se te queda nada?, así no sacaremos provecho de tí… Así que de tanto decírselo tampoco le cgogió gusto. Si te dicen que dibujas mal ¿te entran ganas de dibujar? SI te dicen que ….. mal, ¿te entran ganas de ….?
Pasado un tiempo nació la más pequeña, a la que llamaban Aninita para distinguirla de su madre Anita. Ésta tenía mucho lío en casa por lo que delegó el cuidado de la pequeña a Robertico, que por fin encontró algo que hacer bien: -Anda Robertico quédate un rato con tu hermana mientras plancho; -Robertico darle de comer a la nena; -Coge a Aninita y llévatela a bañar …
Tan bien aprendió a cuidarla que se convirtió en un «pseudo padre esclavo». Aún así seguía intentando congraciarse con su propio padre sin mucho éxito, como aquella ocasión en la que cogió un melón muy grande que habían criado en el huerto: -¿Donde lo llevo papá? Pero pesaba tanto que acabó cayéndosele de las manos y roto en pedazos, cosa que aprovechó su padre para écharle una bronca monumental y recordarle lo torpe que era para el trabajo de campo. Pero no todo iba mal, con el tiempo hasta su hermano Juan dejo de molestarle y ya no le daba aquellas patadicas a escondidas cuando no miraban sus padres, cosas inconfesables…
Roberto se fue cargando y un día en el que se le juntaron varias cosas: la bronca de su padre por el melón roto, las patadicas de su hermano, el abuso de su madre para criar a su hermanita… hizo… digamos, una trastada. Cogió una dosis de insulina de su abuela, que era diabética, y la inyectó en una de las madalenas que le gustaban a Juan para desayunar. Al poco de comérsela su hermano mayor empezó a encontrarse mal ¿Sabéis cuando hacemos cosas sin meditar de las que luego nos arrepentimos inmediatamente? Pues eso lo que le pasó a Robertico, pero ya era tarde.
-Hijo mío no habrás comido algo raro? – no mamá, el desayuno como siempre de leche y madalenas, a que sí Roberto? Y Roberto viendo que su hermano cada vez se encontraba peor estaba realmente asustado, acongojado, angustiado, acojonado… Y pasó la peor noche de su vida, sin parar de dar vueltas en la cama, pensando que había matado a su hermano…
Al día siguiente le faltó tiempo para ir corriendo al cuarto de su hermano a comprobar si ya estaba cadáver. -Hola Robertico, que ya estoy mejor! Y como podemos imaginar alivio es poco para lo que sintió el pobre chico.
Desde aquel día Roberto se convirtió en un niño huraño, callado, introvertido, seco… Cuando le preguntaban algo respondía con monosílabos o incluso con gruñidos. Los demás se preocuparon por este cambio y solo él sabía que había renunciado a ser mala persona por lo que había pasado y por eso se comportaba así. Ya no jugaba con Aninita y en el colegio empezó a juntarse con los gamberretes de la clase y claro, los maestros informaron a los padres. Su madre se extrañaba y decía a todas horas: -No me lo explicó, con lo bueno que es… Y Roberto pensaba:- quizás no soy tan bueno…
Cuando terminó el colegio y llegó verano, su tía Tere le invitó a pasar unas semanas en Zaragoza con ella, a ver si el cambio de aires le sentaba bien. No tenía hijos y le hacía gracia tener a un chavalín en su casa unos días. Robertico accedió a ir sin pena ni gloria, como una obligación más. Su tía empezó a llevarlo a muchos sitios nuevos para él, no sólo lugares típicos de Zaragoza cono el Pilar, la Aljaferia, el Parque Grande, el Tubo… Fueron al parque de atracciones, al cine, a la piscina… Se esmeraba en hacerle las mejores comidas y lo que más le gustaba, le llevó a Las palomas, al Burger King… Robertico renació, empezó a reír, a cantar y a disfrutar de nuevo de las cosas. Pero como todo, aunque le dejaron quedarse más tiempo al verlo tan contento, todo lo que empieza tiene un final y tuvo que volver a casa. Su tía le había hecho una película con todas las fotografías que había hecho durante aquellas semanas y sus padres se empeñaron en verla recién llegado. Todos estaban encantados viendo lo que había disfrutado: -Pero qué morro si has estado en… ;-vaya vidorra!; -menudas vacaciones…
Robertico sólo lloraba.