El ascensor modernista

El ascensor modernista

Ramiro empezaba a salir con una chica que había conocido en un bar y con la que había hecho esfuerzos considerables de seducción. Ella acababa de separarse de una tormentosa relación anterior y por ello mismo se mostraba recelosa y evasiva.

Se llamaba Elena. De vez en cuando, por cansancio, insistencia o descuido, bajaba la guardia y se dejaba querer.

Aunque llevaban ya un tiempo en el tira y afloja, parecía que Ramiro comenzaba a atisbar una inclinación práctica y resignada –porque Elena decía que le era imposible sentir pasión en ese momento de su vida- a aceptarlo como posible pareja con la que restañar las heridas.

Con la confianza que había conseguido por el éxito de las últimas veces que habían quedado, se atrevió a visitarla por sorpresa en su casa. Le traía unas mimosas de regalo.

Elena vivía en un tercero, cuarto andando, de un edificio antiguo que en tiempos había tenido inquilinos adinerados que luego huyeron del centro hacia chalés en urbanizaciones de lujo. Dejaron como herencia un ascensor modernista con su revestimiento de madera, banquito para suavizar la espera de la subida, puertezuelas batientes con vidrios esmeriladados y espejo con marcos florales tallados en madera. Estaba guiado por la era eléctrica en vez de la electrónica, o sea, con botones sin memoria que provocaban situaciones de robo del ascensor si un vecino pulsaba el interruptor antes que el que lo iba a coger o estaba dentro y había tardado más de la cuenta en pulsar el botón de su rellano. Quizá en tempos de gloria había un botones subiendo y bajando todo el día para evitar entuertos.

Ese día en el que Ramiro decidió tomar el ascensor hasta la tercera planta en la que vivía Elena, primero fue enviado al cuarto piso, en el que se encontró con Don Ernesto, que le preguntó:

-¿No tendrá usted por casualidad una bolsa de plástico? ¿o a lo mejor podría dejarme el envoltorio de las mimosas, que después de todo estarán mejor al natural?

-¿Pero para qué la quiere? –le preguntó sorprendido Ramiro-.

-Resulta que esta mañana, al abrir la nevera, he visto que había una lechuga que comenzaba a estar un poco mustia y con las puntas ennegrecidas, entonces se me ha ocurrido la idea de que podría quitarle las hojas estropeadas y retirar la punta con un cuchillo y llevármela al trabajo. A la hora del almuerzo voy, la corto, la aliño y así evito que se me eche a perder. Yo creía que tenía un rollo de film para bocadillos y un rollo de aluminio, pero nada, por lo visto los acabé la semana pasada. Buscaba una bolsa de plástico, pero las grandes las utilicé para la papelera y las pequeñas, esas que dan en la farmacia, son demasiado pequeñas.

-¿Y un vecino de su rellano no le podría facilitar algún envoltorio adecuado? –le preguntó Ramiro.

-¡No me lo diga, por favor! He intentado recurrir a los vecinos del cuarto B. Tenían la puerta abierta, pero me he encontrado el piso vacío, los pies de las ventanas estaban en ruina porque habían sacado el yeso para hacer algún apaño, pero las ropas de los niños y los enseres de la cocina estaban como en una casa habitada, incluso se podía oler a tostadas recién hechas en la cocina, pero no había nadie. Son inmigrantes ilegales, no crea, a lo mejor se han tenido que ausentar por alguna inspección o peligro policial y volverán más tarde. No me he atrevido a hurgar entre sus posesiones para buscar sin permiso una bolsa para mi lechuga.

Ramiro estaba algo apurado porque Don Ernesto le estaba entreteniendo más de la cuenta. Era un vecino un poco pesado1 y tenía muchas ganas de ver a Elena y sorprenderla con el ramito de su flor preferida.

De pronto se oyó un estrépito de vidrios rotos y cayó a la escalera una mujer que se quejaba de dolor.

-Ay ay! Virgen Santa! Ay ay!

A Ramiro le pareció que en el escalón se podía ver un hilillo de sangre.

-Esta Aurora, a qué fin le da por pisar la claraboya del patio, ¿No sabe que esos vidrios no aguantan el peso de una persona humana?. Vaya usted joven, a socorrerla mientras llamo a una ambulancia, que no sé yo si podré ir hoy a trabajar a la hora o qué voy a almorzar!

-¡¡¡Esos de arriba que están de juerga reteniendo el ascensor!!! –se oyó gritar desde el rellano.

-Don Ernesto, será mejor que vaya yo a pedir ayuda abajo y usted que tiene más experiencia socorra a Aurora –le dijo Ramiro, aprovechando la coyuntura y cerró las portezuelas antes de que Don Ernesto pudiera objetar nada sobre su decisión o afearle la cobardía de huir de la escena del accidente-.

Ramiro iba a pulsar el tercero, cuando alguien del segundo le atrajo a su rellano sin que pudiera ejercer el derecho de decidir su destino.

-Ay ay aaaayyyy –se oía lejanamente.

Cuando Ramiro llegó al segundo, nada más parar la cabina, ya estaba pulsando el tercero para robarle al ladrón del ascensor según su merecido. El del rellano lo llevó entonces hasta la planta calle. En fin. Ramiro fue arriba y abajo unas cuantas veces hasta que al final renunció a su derecho de primus inter pares. Es mejor que si no puedes evitar que tu enemigo te arrastre, te dejes llevar por él.

El ascensor se paró en el segundo piso. Paradójicamente en ese momento, todos los vecinos competidores2 se quedaron paralizados con la mano a un centímetro de su botón, sin animarse a mover ficha, congelado el movimiento. Al no haber ataque tampoco había defensa y al no querer hacer requiebros sobrevenía la parálisis.

En el compás de espera, con el ceje del traqueteo de motores y trasiego de sirgas, en el silencio sobrevenido, oyó voces en el rellano del tercero y reconoció la voz de su amada Elena:

-¡Esto tenía que ocurrir! –le oyó dirigir un reproche a alguien.

-¡Pero ocurre por algo! –sentenció una voz masculina, con cierto descaro.

-Yo no quería que ocurriese esto, pero si me asaltas por el punto débil … -protestaba Elena, sin tanto convencimiento como antes.

-El punto débil es tuyo. No pretenderás que vaya contra mi mismo… -sugería el desvergonzado-.

-Venga, entra, listillo, pero que sea la última vez! –le respondió Elena.

A Ramiro le pareció mal subir a verla en estas condiciones, tanto para no sufrir más humillación como para que ella no sufriera con el espectáculo de su sufrimiento.

Abrió los batientes de la puerta para satisfacción del aspirante del segundo, que le dirigió una sonrisa guasona de triunfo moral.

En el segundo piso vivía Marta, una antigua amiga que casualmente residía en el mismo edificio. En un pasado que semejaba estar en un agujero negro hubo cierta confianza, incluso en una ocasión llegaron a dormir juntos, abrazados, con señales evidentes de excitación, pero sin que se consumara la penetración. Por circunstancias de la vida no se pudieron hacer nuevas probaturas y consumar. Sus vidas trascurrieron por cursos muy distintos hasta que el azar les hizo coincidir en el edificio en el que vivía Elena. En los últimos tiempos se habían reunido las parejas ora en el segundo, ora en el tercero, para tomar unas cervezas.

Ramiro le explicó a Marta lo oído anteriormente y que estaba sucediendo en ese momento en el piso de arriba, cosa que no sabía si le excitaba o compungía el corazón. No le dijo nada del accidente de la claraboya con Aurora no fuera que se empeñara en subir juntos a ayudar a la herida.

Marta le supo calmar con su voz melosa y profunda –curtida en imitar a cantautores- que hipnotizaba un poco:

-Es normal que una separada como Elena tuviera su alma dividida, que oscilase de aquí para allí como un péndulo desajustado hasta que el amor roto pudiera soldar sus grietas. Ten paciencia y resignación –le aconsejaba- porque la impresión entresacada en las visitas que nos hemos hecho es que os veo congeniando.

En conclusión, se juntaron tanto la deuda de lo que pudo ser y no fue, como la gratitud por la ayuda, como la sabiduría que surge en los momentos más difíciles en los que parece que el mundo se hunde y comenzaron a hablar por fin del incidente inocente, aunque picante, que sucedió siendo más jovencitos. Jugaron con la cuestión de lo que se debían el uno al otro, ahora en la madurez para acabar lo que estuvo inconcluso, o si la madurez que tenían era cuestionable si se planteaban estos temas escabrosos en un momento inoportuno.

Arriba y abajo se fraguó un caos.

Al intentar irse a casa se produjo un nuevo incidente al coger el ascensor de bajada. Un vecino …si …3 , interfirió su huida de la confusión hacia el refugio de la calle y lo envió  hacia el tercero, lugar tan malo como el cuarto o el segundo, que de todos quería alejarse.

Son frustrantes esas ocasiones en las que cuánto más te quieres alejar menos lo logras. Contra más prisa tienes más despacio vas y cuanto más quieres vivir más te embarras.

Una ambulancia se llevaba a Aurora y en la ventanilla se veía la cabeza de don Ernesto que le miraba a lo lejos con desprecio.


COMENTARIOS

#aspiraciones #frustración #responsabilidad

El ascensor es un buen representante del ‘movimiento social’, arriba y abajo, de nuestra lucha por encontrar un lugar en el mundo. Nuestros pasos nos llevan a donde no queríamos e intentando salir de un embrollo caemos en otro distinto. Los vecinos tocando el timbre de la cabina producen la sensación de ‘navegar’ sin rumbo, queriendo llegar al lugar adecuado, pero empujados por fuerzas mayores a otro sitio.

En el cuarto piso se encuentra el hombre redundante, la palabrería hueca, un vacío verborréico representado por Don Ernesto que busca un plástico para su lechuga. Le da explicaciones exhaustivas a Ramiro que tiene mucha prisa en bajar al tercero, pero es incapaz de cortar la conversación por educación.

Oyen la caída de Aurora, que tiene un accidente. Ramiro no se quiere involucrar y delega la ayuda solidaria a Don Ernesto siguiendo el principio de “que ayuden otros” para evitar en lo posible la carga de los demás sobre las propias espaldas en plena organización social con asistencia delegada.

En el segundo oye a un hombre entrar en la casa de Elena, lo que frustra sus aspiraciones amatorias. Su antigua amiga Marta, que casualmente vive en el rellano del segundo le consuela y le anima a tener paciencia con Elena, recién divorciada. Hablan de sus propios escarceos juveniles en una situación algo picante y a contratiempo.

Es como si los momentos en los que queremos que ocurran ciertas cosas estén ‘ocupados’, y en cambio, cuando no los queremos se desocupan, todo al revés. Las oportunidades que nos ha dado la vida no las hemos podido coger a tiempo. Alguien nos ‘ha robado el ascensor’ y nos vemos desplazados como títeres o náufragos.


NOTAS TÉCNICAS

1 Se indignan los participantes con ‘Ramiro’ acumulando más calificativos para el vecino ‘pesado’: “toca pelotas”, “de los que se entrometen cuando no toca”, “plasta” fueron algunos de los añadidos.

2 Sugerimos una nueva ronda de calificativos vecinales, pero que no se repitan de la anterior vez. “Mangoneadores”, “metome-en-todo”, “mandones”, “invasivos”, … dijeron algunos.

3 El narrador sugiere que vendría bien, de nuevo, etiquetar a cierto tipo de vecinos. “Impertinente”, “más pesado que las pesetas”, “entrometido” añadieron esta vez.

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