El salvaje de Malasaña
Elizalde llevaba una vida muy revuelta y atormentada por todo lo que hacía ya que nunca le salía del todo bien, ni lograba sentirse totalmente capaz de vivir sin un juicio adverso, sin un dedo acusador que le señalase: te has pasado, has fallado, no has llegado, hubieras debido, poco, demasiado…
En una curva se le fue el coche por atender una llamada de teléfono, un segundo nada más, pero fue fatal a la velocidad que iba.
En el lugar en que el coche chocó con el árbol, alguien de la familia puso enganchado con una alcayata, un ramito de girasoles que intentaba llamar la atención sobre el último momento en el que Elizalde estuvo vivo, conciencia representada por el color amarillo de la flor. Cuando alguien veía el ramo podía trasladarse al segundo congelado en el que el accidentado iba a morir y por un milagro de traslación tempero-espacial, avisarle al oído, como esas premoniciones que puede que algunos oigan en ciertos momentos de peligro, y decirle, “deja el teléfono, quita el pie del acelerador” a tiempo de evitar, retrospectivamente, el accidente, por si la magia existiera
El ultimo día, antes de morir, tuvo Elizalde una conversación con su hijo y le confesó la perturbadora idea de que el salvaje que visitaron en Malasaña creía que era el Monitor despedazado por los lobos1, del que nunca se encontró cadáver. Una especie de intuición se lo aseguraba. Al principio se resistía a creerlo por un instinto de conservación que le pedía huir de la implicación que él y sus amigos tuvieron en el asunto dándole precipitadamente por muerto.
Finalmente había crecido la certeza absoluta que lo era, por sus ojos, su voz, los fragmentos de palabras que balbuceó, el detalle de residir en la zona de los hechos. Y había dicho2 que se sentía despreciable y un cobarde por no haberse hecho cargo del verdadero sentido de los acontecimientos, que miserablemente se había conducido con el vergonzoso disimulo de hacer ver que creía en la versión oficial de la guardia civil en vez de la evidencia de su propia percepción, y qué fácil era no ver la realidad que le incomodaba. El dedo acusador de Elizalde era implacable.
El hijo tuvo una corazonada o admitió una especie de misión que las últimas palabras de su padre en cierto modo le pedían para hacer lo que él no pudo. Decidió coger el coche al punto de la mañana para ir a las ruinas de Malasaña y traer al salvaje al entierro si todavía lo encontraba vivo.
Trajo a casa al Monitor, envejecido, con las manos destrozadas, arrugas, avitaminosis, pelo ralo, zarrapastroso, sucio, hecho un desastre….3
Lo bañaron primero para reblandecer costras y lo ducharon a conciencia con manoplas de esponja dura, le cortaron el pelo y acicalaron, y con un traje prestado de Elizalde parecía persona, e incluso comenzó a hablar alguna frase.
La familia se apiadó de él y decidieron acogerlo unos días para que pudiera ponerse en orden legal y adquirir algún medio de sustento civilizado.
El DNI resultó mucho más difícil de conseguir de lo que creían porque en los archivos figuraba como muerto, y no era creíble que fuera un vivo “resucitado”. Ni siguiera las huellas que le tomaron de sus yemas encajaban. No podía ser él mismo, nadie le reconocía. Ni como conocido ni como desconocido tenía posible existencia legal.
Quiso además el Monitor auto acusarse como asesino de un par de operarios de la hidroeléctrica .
Del que supuestamente tiró por el barranco un día que le sorprendió haciendo pipí en el acantilado no pudo establecerse como asesinado, porque su mujer aseguró que seguía vivo y que pensión compensatoria se seguía pagando puntualmente todos los meses. Tampoco se pudo probar la muerte del otro operario porque su familia aseveró -aunque no sabían de su paradero actual- que se había ido con otra mujer y abandonado a los suyos.
¿Cómo puede asesinar a nadie un muerto inexistente?
Lo llevaron al psiquiatra a ver si lograban hacerle entrar en razón y así poder recuperar su identidad y desistir de sus culpas.
El psiquiatra4 primero atendió al hijo de Elizalde para conocer los antecedentes del caso, y le trasmitió la ultima conversación con su padre antes de fallecer, la sensación irracional que tenía de que tal vez la muerte fue provocada de alguna manera por un auto castigo, una energía vengativa y que el salvaje aseguraba ser el Monitor, pero que éste último extremo no se había podido confirmar pericialmente.
Le explicó que las últimas palabras de un fallecido (como por ejemplo, “voy a por leche”) quedan grabadas como girasoles en la cuneta y parece irreverente no tenerlas en cuenta si reflejan un último deseo como en el caso presente era resolver las dudas sobre el salvaje de Malasaña.
El psiquiatra le sugirió:
-A veces la culpa crea realidades paralelas si uno parte de ideas como que no se puede admitir tener fallos imperdonables o no se pueden tomar decisiones garrafales o equivocadas o haber dicho palabras crueles a algún ser querido…
El hijo confiesa que podría darse el caso de que alguna vez hubiera pensado de su padre, en momentos de enfado “ojalá se muera”, también recordaba haberse pasado un año o dos sin hablarle, o que le había robado dinero en alguna ocasión o que fue a ver al tío (el hermano de Elizalde con el que se llevaban tan mal y al que había prohibido ir a visitar) y en secreto había tomado el partido de su tío y habían despotricado maldades de su padre juntos.
-Quizá por eso, aseguro el psiquiatra, “el salvaje” se ha convertido en una especie de vertedero de culpas sucias, y al tratarlo bien o dándole la razón para sentirse “leales” como una especie de ceremonia de reparación de errores. Una disociación compensatoria.
-Aun admitiendo que no fuera el Monitor, ahora es un hombre mayor a la deriva, y nos hemos comprometido a ayudarle. La policía y los asistentes sociales no han podido establecer quién es. Además, afirma que es un asesino, y eso que tampoco se han podido verificar los daños ni encontrar el cuerpo del delito. Lo que no sabemos si ha enloquecido por su vida salvaje, sea o no sea el Monitor.
– ¡Hágalo pasar! -le ordena señalando la puerta mientras toma unas notas-
– ¿Cómo se llama usted? – le pregunta el cuanto se sienta en el despacho –
-Echezarrareta Sagún Martínez
-Ha estado viviendo muchos años en estado salvaje en Malasaña, me han dicho.
-Si, ahí he estado desde que creía que había sido responsable de la muerte de los niños que había llevado de excursión a las ruinas. Aunque cuando vino Elizalde veinte años después me di cuenta de que estaba equivocado. Toda mi vida ha sido un error.
-¿Pero usted recuerda la vida anterior, su familia y su ocupación?
-Mi vida solitaria estuvo marcada por lo inmediato: qué cazo, qué bayas recojo, y siempre estaba agotado, sin tiempo para pensar y se me ha borrado mi pasado… ojo… que sé dónde hay avellanas, dónde fresas, dónde hay conejos, dónde anida el grajo pinto, dónde pescar truchas y dónde hay pedernales para hacer fuego.
-¿Pero recuerda cómo se llama?
-¡Echezarreta Según!
-¿Pero no fue dada esa persona por muerta según informes que constan de la Guardia Civil?
-Si, por lo visto, y tampoco se enteraron de los dos operarios que maté.
-He leído un informe policial que me han pasado que esa persona había sido dada por fallecida por causa cruenta.
-Se equivocaron, claro está…
-¿La guardia civil?
-Si, por lo visto, y tampoco se enteraron de los dos operarios que me cargué en venganza de la que supuse muerte de los niños para robarles un cabritillo.
-He leído que la mujer de uno de ellos declara que sigue vivo.
-Miente!, lo debe hacer para seguir cobrando la pensión.
-Y el otro, que la esposa dice que su marido dejó a la familia abandonada por otra mujer.
-A él le cacé con una trampa y le dejé morir en el bosque y se lo comieron los lobos.
-Los lobos….
-Si, los lobos de Malasaña
-Tengo entendido que han desaparecido
-Bueno, ahora pocos quedan
-Y entonces asegura que le ha asesinado… ¿Qué es lo que querría?
-Ir a la cárcel y recuperar ahí mi antigua personalidad.
– ¿Se refiere a ser quien?
-Echezarreta Sagún
-Vale, vale, le ayudaremos a rehacer su vida, mientras tanto le daré una especie de vitaminas para recuperar la memoria y estar tranquilo.
COMENTARIOS
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Este cuento se alimenta de otro anterior (“Los intrépidos de Malasaña”) e intenta desplegar distintas capas de memoria: el oyente dispone de su propia memoria del cuento previo, de la rememoración que hace de él la propia narración en la primera parte, de la síntesis que el personaje del hijo le relata al psiquiatra para ponerle en precedentes, y los acontecimientos en deconstrucción, cuando el psiquiatra los descompone uno a uno para elucidar un diagnóstico.
En un ejemplo simbólico de contar mil veces nuestra propia vida a unos y otros con distintas finalidades, enfoques y sensibilidades. Requerimos de cierta repetición para existir de una forma sólida, que no sea volátil y efímera como al vivir intensamente en el instante o el hipotético mañana.
El cuento parte de la idea de que una culpa del atormentado Elizalde, o una costumbre de auto-crítica implacable, le ha conducido a la muerte por despiste, poniendo de relieve que esa vida interior atormentada “le quita la vida”.
El hijo quiere superar, por amor o por mandato, lo que el padre no ha podido y recupera al Salvaje que intenta resucitar como Monitor, para reparar el mal hecho.
El Monitor vive en una equivocación perpetua, tanto se engañó pensando que habían eliminado a los niños por su irresponsabilidad como por haber castigado a dos supuestos asesinos que no lo eran con muertes crueles punibles. Lleva el estigma de la imposible recuperación (no puede conseguir DNI, no se puede demostrar que mató a nadie, no se puede establecer con claridad que es el antiguo Monitor convertido en Salvaje)
El psiquiatra intenta que el hijo reconozca al Salvaje no como Monitor, sino como ‘lavadero de culpas” la persona a la que va a caer toda la porquería y hace la función de basurero. Se quiere salvar al salvaje para salvarnos a nosotros mismos de nuestras miserias. Para el hijo quizá lo importante no sea aclarar si el Salvaje es el Monitor, sino recuperarlo como persona, y en el caso de que la explicación fuera que por padecer una locura creyera el Salvaje ser lo que no es, fuera curado como enfermo de esa falsa identidad imaginaria.
En la escena del diagnóstico se confrontan dos realidades: las oficiales (los informes periciales del caso, la falta de constatación de huellas dactilares, la falta de certificación por instancias jurídicas de que hayan habido dos asesinatos de operarios, los trastornos disociativos que existen descriptos en los manuales) y por otro lado la credibilidad subjetiva que puede trasmitir la persona con sus explicaciones.
El cuento, deliberadamente, aunque sugiera dudas, asevera que el Monitor, aun habiendo errado de forma excesiva, y por ello sería responsable, es el Monitor. En este caso el diagnóstico que surge validando los informes oficiales puede equivocarse, aunque ello no quite que acierte a pesar de ello en sospechar del exceso de comportamiento errático del Monitor (volverse salvaje, suponer cosas sin fundamento, llegar a matar). Algo hay de verdad en el error, algo hay de erróneo en lo verdadero.
En la enfermedad mental se cruzan estas ambigüedades sin contradicción, el diagnóstico que cierra a la persona en un marco establecido en el que nunca acaba de encajar, lo sano que está el enfermo a pesar de su enfermedad, la enfermedad que no quiere admitirse.
NOTAS TÉCNICAS
1Cabe resumir los precedentes correspondientes al cuento “Los Intrépidos de Malasaña”. Si alguno de los oyentes lo recuerda lo rescata de la memoria para el resto de compañeros.
2Esta parte se representa directamente colocándose a 180º del lugar en el que narra, como poniéndose enfrente de sí mismo y cambiando a un tono más bronco acorde con la auto-acusación simulando con esta triquiñuela ser ‘alguien’ que conocedor íntimo de los acontecimientos censura las actitudes que el ‘cobarde’ no quiso reconocer.
3Los oyentes colaboran aportando epítetos que refieren a estados de postración, poniendo en cierto modo palabras a resultados adversos que ellos han podido sufrir o conocer y lograr entre todos ‘objetivar’ o ‘corporizar’ el mal en el salvaje deteriorado.
4Esta parte se representa en dos escenas. En la primera El psiquiatra habla con el hijo de Elizande, que le explica un resumen, un bis, de lo que se acaba de explicar: última conversación con su padre tomada como última voluntad, la necesidad de subsanar una cobardía de haber reconocido al salvaje como siendo el monitor que desapareció en una excursión a Malasaña. El resumen es una síntesis, una meta-elaboración de lo narrado. En la segunda escena se representan el psiquiatra con el Salvaje, intentando confrontar la idea racional del primero que explica los acontecimientos según deberían ser frente una una verdad del Monitor que se enroca en lo realmente sucedido por más increíble que parezca.