Las cinco del sotano

Las cinco del sotano

El impacto que supone un cambio en el entorno físico y social, las expectativas y lo realmente logrado, la capacidad de adaptación frente a las múltiples dificultades y/o posibles señales de fatalidad, el poder de la unión de fuerzas frente a la tiranía, el despertar de las pasiones, el triunfo de la amistad, del bien frente al mal…

Se representan situaciones concretas que describen personalidades (impasibilidad y cambio de actitud de la monja) y algunos momentos críticos (insistencia en la búsqueda infructuosa del dinero, desesperación en la solicitud de asilo de las jovencitas) en la historia 

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Erase una vez, una jovencita de 18 años, que vivía en un pueblo de Navarra, después de acabar el instituto, y como hacía casi todo el mundo en el pueblo, tuvo que emigrar a la gran ciudad, para poder seguir estudiando lo que a ella le gustaba. Su destino la llevo a Zaragoza. Un buen día su madre y ella decidieron coger un tren y presentarse en la capital Aragonesa, en busca de un sitio donde poder alojarse, durante el tiempo que duraran sus estudios.

Por recomendación de una monja amiga de su madre, acudieron a visitar una residencia de religiosas.

Al llegar a la residencia de Las Reparadoras, que así se llama la congregación. Les atendió una dulce monjita que les enseño todo el centro, en él visitaron, unas grandes habitaciones individuales, unos salones de estudio maravillosos, una biblioteca sin libros, un gran comedor, y alguna habitación doble. La madre y la hija maravilladas por el sitio, decidieron que este era el lugar para quedarse, así que hablaron con la madre superiora y el padre cucharon, para formalizar la reserva de la plaza. ¿Pero cuál fue su sorpresa? Que el precio que tenían que pagar era demasiado elevado para poder soportarlo con la economía familiar. Triste y apenadas la madre y la hija salieron por la puerta. Entonces la dulce monjita las llamó. Resulta que tenemos una habitación comunitaria. Pero para poder acceder a ella, tenían que prestar algún pequeño servicio a la congregación, a cambio le descontarían un 50% del precio del alojamiento. Así que madre e hija saltaron de alegría y accedieron a ello muy ilusionadas. Muy contentas salieron en busca de un cajero para poder formalizar el primer pago. Recorrieron varias calles del centro en busca de un cajero, después de estar dando vueltas y vueltas, llegaron a uno en el cual no tenía dinero suficiente para darles. En lugar de pensar que era una señal del destino, siguieron en busca de otro banco, que les diera dinero.

Los días previos al traslado, la joven estuvo guardando en cajas, todas las pertenencias que pensaba que le serian útiles en su nueva aventura.

Por fin llego el gran día, la joven dejo su pequeño pueblo, acompañada en el camino, por su hermano mayor, que conducía el coche en el que llevaba todas las cajas llenas de ilusiones.

Cuando llegaron a la residencia, cuál fue su sorpresa al descubrir que la habitación comunal, era en realidad un cuarto mugriento y sombrío en lo más hondo del sótano de la residencia. Se despidió de su hermano, Después se instalo y empezó a conocer a sus nuevas compañeras. Al cabo de un rato la dulce monjita reunió a las cinco chicas que se alojaban en el sótano. Allí en una habitación lúgubre, que tenían preparada para que pudieran estudiar, y que no se podía comparar con las grandes y luminosas salas de estudio que les habían mostrado en su vista previa, comenzaron a asignarles las tareas que iban a desempeñar cada una de ellas.

Una de las chicas, María, tuvo mucha suerte, y solo se encargaba de limpiar un pequeño despacho, que utilizaban como aula de tutoría. Al resto, sin embargo, les tocó además de limpiar todos los días unas aulas inmensas, también debían recoger y fregar los platos de todas las residentes y hacerse cargo de la portería durante las horas de rezo de las Hermanas Reparadoras.

La primera noche, la tímida jovencita, casi no hablo con nadie, estuvo toda la noche en aquella gran habitación llena de literas, pensando como serian sus nuevas compañeras. Por la mañana todas se levantaron juntas a desayunar. Por supuesto tenían que madrugar más que el resto, ya que a primera hora de la mañana, se producía el rezo matutino. Durante el desayuno entablo conversación con una de sus compañeras de habitación. Se llamaba Susana, una rubia de ojos azules, turolense, que ya llevaba más de un año en la residencia. Cuando la conversación se estaba poniendo interesante, las interrumpió María, para recordarles que tenían que recoger los vasos. «Vaya borde» pensó nuestra protagonista. Julia, una niña de 16 años de Tarazona, se levantó sin mediar palabra y se puso a recoger. Así se pasaron las primeras semanas.

La Navarrica, se hizo muy amiga de María, así se entero que era la sobrina de la que al principio, nos había parecido una maravillo monjita, que en realidad era una persona, autoritaria y déspota, claro está, a su sobrina no le hacía trabajar como al resto. Por lo que Susana, que era la que más tiempo llevaba allí, protestaba todos los días, Miriam, que era la quinta chica del sótano, la intentaba calmar, pero a Susana no le gustaban las injusticias y por eso comenzó a hacerle la vida imposible a María.

Después de dos meses, la situación se hizo tan insoportable que María tuvo que dejar la residencia, lo que llevo a la ira de su tía, que en lugar de hacer trabajar a todas por igual, mando doble trabajo a Susana y a nuestra Navarrica.

Lo que la monja no se imaginaba, que por más que las mandaba trabajar y limpiar lugares tenebrosos, en ese sótano lúgubre se estaba forjando, una amistad que duraría años. Cuanta más maldad hacia la religiosa, mas unidas estaban las chicas, en su lucha contra ella, llegándose a llamar, “las chicas del sótano”.

Poco a poco, las cuatro integrantes del sótano, iban conquistando el corazón de las otras religiosas, las cuales les apoyaban cada día más. Eso mismo pasó con las otras integrantes de la residencia, que incluso llegaron a ayudarles a realizar sus tareas.

Cuando llego la navidad, Susana y nuestra Navarrica, se hicieron inseparables. Por aquella época era el cumpleaños de nuestra Navarrica, por lo que Susana decidió organizarle una fiesta sorpresa, junto con el resto de sus compañeras. Estuvieron días preparando su gran fiesta. Hubo incluso alguna religiosa que dio ideas de dónde se podría celebrar la fiesta, era el lugar más alejado de la habitación, de la que era entonces su religiosa más odiada. Así no tendrían problemas para poder celebrarla. Pero cuando la fiesta estaba en su mejor momento, se presento silenciosa y sagazmente, arruinando así el gran momento que se estaba dando. Como las chicas estaban con ganas de fiesta, decidieron salir a terminar de celebrar el cumpleaños por la ciudad. Se lo estaban pasando tan bien, que olvidaron, de llegar a tiempo al cierre de puertas. Así que se encontraron con la residencia cerrada y sin poder entrar hasta el día siguiente a las 8 de la mañana. Cuando cerraron los bares, temblorosas por el frío, decidieron cobijarse en un portal que en esos momentos estaba abierto. Lo que pretendía ser una gran fiesta, se convirtió en una odisea, en la que además de pasar frío y sueño, tenían mucho hambre. Sin poder aguantar el temblor que les producía el frío en el cuerpo, empezaron a aporrear la puerta de la residencia a eso de las 7 de la mañana, al conocer el horario de las monjas, sabían que a esas horas ya estaban despiertas. Después de mucho insistir, fue la madre superiora la que se apiado de ellas y les dejo entrar, no sin antes, tener que  soportar una buena regañina.

Los días transcurrían entres risas, trabajos, clases… Un día festivo, se presentó un grupo de la tuna que amenizó la tarde, con bailes, conatos…, siempre ante la mirada inquisidora de la fatídica monja.

En la primavera las fueron a visitar  unos apuestos y elegantes jóvenes de la academia general militar. Esos pequeños truhanes pretendían invitarlas a una fiesta, en que la cual las muchachas inocentes, solo tendrían que pagar su entrada, esto les daba derecho a bailar y divertirse toda la noche juntos. Como no, ahí estaba nuestra odiada monja impidiendo que las jovencitas pudieran caer en las garras de esos apuestos muchachuelos, por lo que les prohibió ir a la fiesta, poniendo como excusa que ese día se cerraría la residencia antes. Hecho que alguna jovencita no entendía, pero que con el tiempo y más que les pesara, le darían la razón.

Después de los exámenes de junio y como una casualidad más de la vida, la congregación de Las Reparadoras hacía 75 años de vida, por lo que en este caso, fueron ellas las que montaron una gran fiesta para todos sus feligreses, y esta vez sí, todas las jovencitas que en esa época estaban en la residencia fueron invitadas al evento. En esa fiesta estaban las personas más importantes de la ciudad, pero nuestras jovencitas, se hicieron amigas de los camareros de dicha fiesta. Ellos muy amablemente, fueron dejando bebida y comida escondida en el sótano, donde convivían en ese momento las cuatro muchachas. Cuando la fiesta oficial se acabó, comenzó una fiesta más privada y alocada en los sótanos de aquella residencia de jovencitas. Todas las muchachas bajaron a celebrar el final de curso y el comienzo de las vacaciones. Aquella noche de desenfreno y locura no fue interrumpida por ningún ente de negro y fue recordada por cada una de nuestras protagonistas con cariño. De ahí nació una amistad que todavía perdura hoy. De la “amigable” monja que siempre estaba detrás de las puertas donde se encontraban nuestras chicas, nunca más supieron de ella.

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