Los intrépidos de Malasaña
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El grupo de boy scouts cogió un sendero que bajaba por una ladera pronunciada. Alrededor encontraron todo aquello que incitaba a mirar, con el conativo “mirad allí!” de un guía entusiasta, para deleite de aventureros: troncos caídos con imponentes raíces al aire, musgos de verdes espectaculares, trepadoras que abrazaban las ramas, hojarascas en capas mullidas, lugares umbríos producidos por espesuras y caminos no oficiales que arrancaban hacia lo prohibido.
Se tropezaron con un rebaño de cabras algo asilvestradas e impertinentes. A unas cuantas las vieron dirigirse a un lodazal pantanoso que se divisaba cerca de un precipicio.
Los intrépidos lanzaban gritos al cielo, dando por hecho que se iban a despeñar. Avisaban del peligro con una fuerza proporcional a su sentido del deber.
El pastor, supuestamente agradecido o por pura diversión para burlarse de esa buena chusma urbanita, les regaló un cabrito, que les siguió el resto de la excursión confundido por su corta edad, de lo que era un rebaño verdadero.
Llegaron a un lugar marcado en el mapa como de valor arqueológico al que se accedía por una trocha asilvestrada que iba a parar a unas ruinas llenas de líquenes.
En una fuente próxima, los intrépidos lavaron al cabrito y tomaron asiento, a modo de campamento. Era una especie de cueva cuyas paredes pertenecían a la bóveda de una iglesia hundida o caída.
Entre la espesura se divisaba el camino hacía una centralita eléctrica. El monitor decidió tantearlo por anticipado, mientras los intrépidos competían por mimar al cabrito huidizo y poco proclive al cariño humano.
La senda conducía a una especie de estación de relevo en la que trabajaba un grupo de obreros que plantaba, arreglaba tendidos. Más allá, a lo lejos se divisaba desde allí unas charcas o lagos que podrían ser dignos de visitar.
El monitor volvió a dar parte de sus pesquisas y a ponerles en precedentes de su intención de ir solo, en tanto explorador principal, hasta los lagos para estudiar si los caminos eran transitables. Les dio aviso para que permanecieran agrupados, descansando, mientras averiguaba si había peligro en el acceso a los fantásticos paraísos. Nombró a Elizalde Bermejo encargado delegado del grupo.
El monitor caminó bastante más de lo que se imaginaba calculando sin referencias conocidas y comenzó a dudar si merecía la pena visitar los lagos maravillosos1. No obstante se empecinó en caminar un poco más, por si a pesar de todo, llegaba gracias a su último esfuerzo a la primera de las charcas de la serie.
Cuando ya la tuvo por fin a la vista, decidió volver sin tardanza para que, con suerte, diera tiempo a ir hasta las ruinas, volver a la estación y regresar. Se le ocurrió la idea de atravesar en línea recta, en medio de bosque, para así atajar y ganar tiempo, aunque supusiera trepar por lugares difíciles, deprisa y con peligro de resbalar.2
Cuando llegó al campamento, tal vez más tarde de lo que hubiera querido o podido si hubiera elegido el auténtico camino, no los divisó en la cueva de la cúpula.
-¿!Dónde estáis?! -gritó, un poco enfadado consigo mismo por haberse ausentado tanto tiempo y con el grupo, por no perdonarle el pequeño desliz dispersándose sin su permiso.3
Pero por desgracia no había nadie allí. Reconoció haber tardado quizá demasiado, pero suponía en Elizalde Bermejo mayor responsabilidad y capacidad estratégica.
Fue a preguntar a los obreros de la hidroeléctrica si tenían noticia de los chicos. Antes de hacerse visible, en la ultima vuelta, detrás de un árbol les escuchó hablar a grito pelado a pesar del silencio espectral del lugar, a no ser que de este modo conjuraran el miedo que el silencio pudiera llegar a producir.4
-¡Nos los hemos cargado!
-Lo hecho, hecho está -le consolaba otro.
-¡Se lo tenían ganado! -confirmaba uno más.
Entró en estado de pánico viendo al cabrito balando, atado con una cuerda a un poste y suponiendo a los niños despeñados o asesinados para robarles el animal y darse un festín. Como monitor se veía acusado de conducta temeraria al abandonarles a su suerte y falta de sensatez imperdonable dando responsabilidades que no debían tener menores de edad con resultado de muerte cruenta. Se imaginó encarcelado en un lugar muy estrecho, con las paredes desconchadas con salitres, con un ventanuco muy alto al que no se podía acceder y con barba y arrugas producidas por años de aislamiento y tormento.5
No podía contar con el testimonio de los obreros para librarse. Creía que no iban a colaborar y auto inculparse.6Al verse perdido huyó hacia los lagos para esconderse y desaparecer y una vez que se fue ya era demasiado tarde para intentar otra solución.
Los niños explicaron entre sollozos a la guardia civil que el monitor se había perdido, que lo habían esperado durante horas, pero que tuvieron que volver hacia la estación del ferrocarril porque si no perdían el último tren. Dejaron el cabrito a los obreros de la hidroeléctrica, que les aseguraron que por allí no había pasado nadie en días.7
La guardia civil investigó la desaparición a conciencia. En el atestado hicieron constar que interrogados los trabajadores de una hidroeléctrica cercana habían descubierto que habían abatido ilegalmente a unos lobos que merodeaban y atacaban tanto al ganado como a personas aisladas. El monitor se había caído en el bosque, herido, como mostraron los restos de unas ramas rotas y unas pisadas desordenadas y luego había sido destrozado, comido y arrastrados los restos por la jauría.
Veinte años después Albero, el más serio y obediente de los intrépidos, se había hecho bombero, Roberto panadero, Javier soldador, Luis camarero en un restaurante conocido, les hacía bajo mano descuentos cuando volvían a juntarse, Felipe, por supuesto, había acabado de mecánico en un garaje y Elizalde Bermejo, que se había convertido en maestro, vino con su hijo para enseñarle el lugar en el que su monitor fue despedazado y devorado por los lobos y tirar por el despeñadero unas flores en honor de su espíritu aventurero.
Al ir a mostrarle a su hijo la curiosa bóveda de la iglesia sumergida vio a un salvaje bebiendo agua en la fuente y por educación, ya que había que dar constantemente ejemplo de buenas maneras a un hijo, sobre todo en las situaciones nuevas con peligro de equivocarse, se acercó Elizalde a saludar.8
-¿Qué tal, señor? Buen tiempo nos hace hoy …
-”Gggggghhhh ggghh uuggg” barbotó el salvaje, que por lo visto era mudo o no había hablado con ser humano en años.
A pesar de todo Elizalde hizo ver que le trataba con deferencia como ser humano, especialmente estando sometida la escena a la contemplación atónita de su hijo.
-Hemos venido hoy en el tren a esta región en honor de un antiguo maestro que murió en el lugar atacado por lobos salvajes, si bien ahora la fauna ya no ataca porque los tiempos han cambiado para la pacificación universal de las cosas.
-”Gggggeeeggg …. ezalde… de …. O zoy .. nitor..” -replicó el hombre cromagnon, haciendo amagos como de atenazarle para estrujarle los huesos.9
Afortunadamente Elizalde dio un paso atrás y conforme vino hacia él, en vez de permitir la distancia, como empeñado en seguirle, sin perder nunca la compostura y fiel a su ejemplo paterno, salió de ahí ligero, diciendo al mismo tiempo para que su hijo lo oyera:
-Mucho gusto en conocerle ….. no le queremos molestar…. Tenga un buen día….. -y algo más que ya que corrían no pudo oírse bien.
Cuando llegaron de vuelta a casa y su madre les preguntó ansiosa qué tal había ido la ceremonia de los adioses y la aventura de la cueva de la bóveda, el niño le contó entusiasmado:
-Encontramos a un hombre salvaje que vivía cerca de los lagos y papá le habló aunque el hombre era mudo y sólo se comunicaba con gestos y parecía conocer al fantasma del monitor.10
-Estaba un poco loco -no pudo evitar añadir Elizalde, para corregir la propensión fabuladora de su hijo y prepararlo para la realidad del día de mañana.11
COMENTARIOS
#sagaMalasaña #perfeccionismo #exageración #suposición #anticipación #paternalismo
En esta narración el monitor padece de un exceso de celo, sentido del deber o necesidad de presumir de aportador de novedades, ración más que cubierta al llevar a los niños junto a una iglesia sumergida o habiendo conseguido un cabritillo. Realiza el papel de monitor de una forma tan exigente que al final crea más inconvenientes que ventajas, como al partir para descubrir el camino a los lagos permitiendo que los niños se vieran desamparados demasiado tiempo.
La exageración es una hybris, una desmesura, que luego va acompañada de la mala interpretación de los fragmentos de frases que oye a los operarios. En vez de buscar la explicación más evidente, que se habían ido pensando que su monitor tardaba demasiado porque se había perdido y tenían que coger el tren a una hora límite, da por hecho que han sido asesinados.
La fuerza de la suposición despliega un panorama siniestro, culpable de negligencia es condenado a la cárcel como responsable parcial de lo sucedido. No podría continuar ejercitando su profesión y sobre todo no es un monitor genial, sino un mal monitor, lo que ayuda a volver tan insoportables las consecuencias que imagina que decide huir y llevar vida asilvestrada.
La anticipación agorera y el pesimismo derrotista han producido estragos en el profesor que en vez de correr a la estación corre a la espesura del bosque.
La narración pone en evidencia mecanismos de control-descontrol emocional. Demasiadas ganas nos llevan a ser impacientes, a exagerar la necesidad de quedar bien, las anticipaciones angustiosas nos paralizan o nos llevan a tomar decisiones equivocadas y las suposiciones son malas consejeras.
En el cuento se produce un repentino corte temporal. Pasan veinte años de pronto. Este es el tiempo del que está detenido, atascado y deja pasar los años en un impasse, hasta que de pronto descubre que ha pasado la vida y está en otro mundo.
El padre y el hijo, el maestro y el alumno, el terapeuta y el enfermo: estas figuras aparecen en la vuelta al ‘lugar del crimen’, cerca de las causas de los movimientos telúricos que marcan etapas y cambios. El Padre ejerce una especie de paternalismo no exento de narcisismo y por ello mismo, cuando reencuentran al Salvaje se produce una situación ridícula en la que se ha imposibilitado el reconocimiento de la verdad de lo ocurrido. El cuento acaba con esta explicación sucinta de que todo lo oculta cuando trata de aclararlo, el salvaje es un loco, no el el antiguo monitor.
NOTAS TÉCNICAS
1En narrador va decidido a un lado de la habitación, otea el horizonte, mira un mapa imaginario que tiene en la mano, se gira, va a otro lado de la sala, gesticula, mira el reloj o la brújula y resopla. Mientras hace todo esto crea la sensación de que ha pasado mucho tiempo buscando caminos.
2Para demostrar esta parte de atajar sin reflexionar el narrador sube a una silla, salta, hace ver que trapa por una pared, gatea… Luego, si es necesario, vuelve a repetir la frase para que se pueda captar mejor el lenguaje de ‘orientación espacial’.
3Para dar dramatismo a esta parte, el narrador repite la llamada en varias direcciones.
4A tres oyentes se les ha dejado un papelito con estas frases para que las digan en este momento.
5Para mayor claridad y comprensión de este momento en el que se toma una decisión drástica el narrador realiza un soliloquio, improvisando con el sentido del texto, pero aporta con la contundencia de las expresiones melodramáticas la intensidad emocional con la que está dando por hecho su ruina moral.
6En la misma línea de soliloquio desgarrado.
7Un auxiliar o varios oyentes realizan un pequeño teatrillo explicando que habían sido abandonados y que habían perdido a su monitor al oyente que haga de guardia civil, que escucha, pero también puede preguntar lo mismo que le acaban de informar pero con incredulidad “¿Así que esperasteis 4 horas, no?” “¿Dejasteis alguna nota por si aparecía antes de iros…”, etc. ). Esta escena cierra cabos para hacer plausible que los niños se hubieran alejado siguiendo pautas perfectamente razonables.
8Al representar esta parte de Salvaje, Padre e Hijo, El padre utiliza un lenguaje muy pomposo que contrasta con la hosquedad del salvaje, pero para marcar la necesidad constante de hacer un papel paterno-educativo hacia el hijo puede lograrse haciendo apartes (“Ojo, que hay que dar buen ejemplo”. “seamos educados, que esta el niño”..)
9El narrador simula el movimiento de acercarse el salvaje a abrazar, como si fuera un zombie, a Elizalde.
10Lo dice el que ha hecho de niño en la escena anterior.
11El narrador, marcando la frase con énfasis y un poco a cámara lenta, situado detrás de algún oyente, si se quiere agachado como dando a entender que lo pudiera decir la persona detrás de la que se ha puesto.
Una historia que da mucho juego!!