Triangulación Pitagórica
Tal vez haya momentos en los que tres personas tengan algún tipo de contacto o concordancia como tres notas musicales que hicieran un arpegio o tres planetas que sumaran sus ondas sonoras, “conjunción armónica”, creo que se llama, que produce un sonido que algunos astrónomos llaman “música estelar” que no debe confundirse con “música celestial”. La estelar se diferencia en que sólo es perceptible mediante oscilómetros, mientras que la celestial es cosa de místicos o fruto del consumo de ciertas drogas alucinógenas.
En uno de los viajes de intercambio que hizo Susana, de esos que un checo se cambia con un irlandés o un ucraniano con un vienés1, estaba en el aeropuerto en zona internacional cuando, resultado de los nervios que le producía el viaje que iba a emprender a Frankfurt si saber apenas alemán y habiendo fallado a última hora el acompañante que la debía ir a buscar al llegar a su destino, sin saber si debía facturar la maleta o podía llevarla en la cabina del avión, si el avión podía estropearse en el aire o sufrir un secuestro terrorista o lo que es peor, si durante quince días sólo comería salchichas, todas estas preocupaciones se traducían en unos retortijones que requerían acudir urgentemente al lavabo para resolver el “apretón”.
De pronto, con las prisas, casi chocó con una viejecita que alzó la mano para detenerla antes de que fuera tarde y la arrollara.
-Jovencita, !no me atropelle!
Disculpe, disculpe, disculpe -le dijo Susana con una tríada2 de excusas a modo de reparación por haberla sometido al peligro de poder haberla tirado al suelo a causa de su precipitación- Ya la acompaño a su asiento…
Susana la cogió del brazo mientras la anciana caminaba -no se había hecho ningún daño, pero parecía que el susto era mucho peor que el dolor, por lo visto- a cámara lenta.
Era un suplicio ir más despacio cuando Susana tenía la urgente necesidad de ir a otro sitio, pero la ancianita la había atrapado con la argolla de su propia culpa.
“Creo que la culpa te hace a veces ser esclava de cualquiera que capte al vuelo tu debilidad”, pensó.
Cuando pudo depositarla en el banco, con mucha delicadeza para que no se le rompieran ni las piernas ni la columna vertebral, aún tuvo que despedirse tres veces hasta que la anciana se cansó de recriminarle, advertirle y aconsejarle lentitud de movimientos.
Se fue disparada desde la gate 41, casi corriendo sintiendo a sus espaldas la mirada censuradora de la anciana decepcionada por ver incumplidos tan pronto sus consejos, al lavabo más cercano que hacía rato que tenía fichado como el santa sanctórum de sus retortijones.
Al levantar la tapa, Susana se dio cuenta de que contenía un garrulo de tamaño gigantesco. Era tan grande y duro que no había manera de que bajara tirando de la cadena varias veces y como tenía tantas ganas de proceder, optó por poner unos papelitos por encima para no verlo o que no le pudiera salpicar al chocar con lo suyo, que no era poco.
Se creó una pirámide de excrementos, pero no se atrevió a echar agua por no provocar una inundación y mancharse los pantalones o los zapatos, además de dejar el suelo encharcado.
En estas que unos nudillos tocaron a la puerta urgiendo a ultimar con enérgica cadencia:
-Toc toc toc…
Por los ruidos y murmullos que se oían detrás de la puerta, Susana adivinaba que se había formado una de esas colas con las que se tortura a las mujeres con una privación de lavabos, más escasos que el número de solicitantes aconsejaría.
Susana estaba apurada y paralizada por no saber cómo resolver airadamente la situación y le avergonzaba que la consideraran las más cerda que jamás se hubiera visto en El Prat. Miss mundo guarrería. Sudaba.
En situaciones de angustia Susana tenía la costumbre de tocar una piedra de ámbar que le había traído como regalo de un viaje a Varsovia su tía Guillermina, muy proclive al esoterismo, la magia de las Flores de Bach, aroma terapia y gema terapia. Susana consideraba a esa tía como una fantasiosa empedernida, pero le tenía cariño e incluso a pesar de no creer en ello, cuando tocaba la piedra se aliviaba de los agobios. Podría ser que le diera un compás de espera para pensar y cuando uno comienza a pensar deja de estar agarrotado por el pánico paralizante.
Al ir a tocar la piedra se encontró con la sorpresa de que se había deslizado por algún lado del bolsillo.
-Pero ¿por dónde? -no pudo evitar exclamar-.
-Por dónde va a ser… !por la puerta! -sugerían las impacientes de la cola.
Tocaba y no veía ningún agujero en el bolsillo del pantalón tejano por el que se pudiera haber deslizado fuera de sitio. Al final despertó de ese problema misterioso y por los pies del pantalón metió la mano hasta recoger la piedra.
De pronto este movimiento de estirar la mano le provocó de inmediato una inspiración: coger la escobilla y empujar como con la piedra por la entrepierna. Era como si la piedra le hubiera hablado y sugerido una solución al tremendo engorro que se había creado.
Dicho y hecho. Empujó con el escobillón enérgicamente y de esta manera se rompió el cagarrón. Tiró de la cadena y esta vez, todo desapareció empujado por el agua.
-¡Ya está bien, qué egoísta es alguna gente! Algunos actúan como si nadie más existiera en el mundo – comentó una esperadora al verla salir, dirigiéndose en voz alta para lo oyeran todas las compañeras de fatiga.
-Aún perderemos el avión por su culpa -comentaba irritada la última de la cola.
La culpa le perseguía y avergonzaba dándole alas para desaparecer del lugar del delito. Pies para que os quiero3.
Pudiera ser que la tía Guillermina, la piedra de ámbar, más la mano agarrada a su brazo de la viejecita formaran un triángulo pitagórico, una conjunción síncrona que hubiera favorecido que Susana resolviera un bloqueo o un monumental bochorno.
Diréis que son casualidades. Pero os contaré otra cosa que sucedió todavía más increíble.
Había un grupo de compañeros pasándose una pelota de tenis, en un momento muerto, porque habéis de saber que hay tantos momentos vivos como muertos en la vida. Cuando se formó una especie de subgrupo dentro del grupo y se pasaban espontáneamente, por selección natural o por coincidencia emergente la pelota entre sí dejando al resto de lado. Casualmente formaban entre sí un triángulo equilátero.
Esa misma mañana, uno de ellos charlaba en el bar con un desconocido al que tras un rato de cháchara preguntó el nombre por considerarlo suficientemente persona como para que desde ese momento ya no fuera anónimo.
-Cómo te llamas? -le preguntó.
-Miguel Samprún -contestó él.
-Yo conozco a un tal Antonio Samprún, ya mayor, de Caspe, que había regentado un bar por San José, ¿No seréis por casualidad parientes?
-Hombre, esa persona podría ser mi padre, que hace 20 años le perdí completamente la pista!.
A la segunda persona del triángulo, en paro, la llamaron ese día después de estar cuatro años en dique seco para ofrecerle un trabajo.
La tercera persona iba caminando cuando se le abalanzó inopinada una bici, que para no arrollarla realizó un giro brusco y frenó. Menos mal que el ciclista tuvo los reflejos de saltar antes de chocar con el suelo. Se levantó enseguida, urgida por la necesidad de salir de ahí rápidamente y así evitar reproches desagradables, teniendo en cuenta que nadie había salido malparado.
La tercera persona quedó un ratito aturdida4. Contemplaba cómo se daba a la fuga el ciclista y cuando despertó del letargo, del susto por lo que pudo haber sido y afectada por lo desagradable de lo ocurrido, miró al suelo y vio un monedero de mano, sin carnés ni tarjetas, pero con ciento cincuenta euros. No tuvo más remedio que quedárselos.
¿Todo casualidad? ¿Estos acontecimientos eran fruto del azar?
¿Cómo era que un compañero de Antonio Samprún encontrase a su hijo al que durante tantos años había buscado infructuosamente?
Puede que estemos juntos de determinada manera cuando se produzca una sinergia sincronizada y estando unidos pasen cosas de suerte o misteriosa resolución. Todo ocurre en un segundo en el que un acontecimiento extraño surge sin que se explique por qué.
Yo mismo5 recuerdo que cuando vine aquí por primera vez era un día de mucho viento y una semilla de platanero penetró en la fisura del cemento del jardín. Luego llovió y a los pocos días surgió de la grieta un pequeño brote, que regaba por solidaridad hasta que cogió vida propia, creció hasta el tercer piso.
Quince años después, a raíz de unas obras, el director mandó talar el árbol. Poco después me fui.
¿No parece cómo si la vida germinara en complicidad irregular de acontecimientos casuales que formasen triángulos imposibles de predecir?
COMENTARIOS
#sagaCrecimiento #azar #necesidad #superstición #suerte
Comienza la narración con un incidente relacionado con tener prisa y verse obligados a ir despacio. Susana tiene mucha urgencia en ir al lavabo pero una viejecita la lentifica. Es un ejemplo del coeficiente de adversidad que la realidad tiene sobre nuestros deseos. La adversidad se ve alimentada especialmente por verse ella obligada a asistirla debido a que casi la atropella con sus prisas.
Se encuentra en el váter un resto enorme que no se va con el agua. Opta por poner un papel encima y proceder a aliviarse. Como ha tardado mucho tiempo, se ha formado una cola en el váter y llaman impacientes los que esperan. Se crea una situación muy embarazosa, no por culpa suya, pero en la que los que esperan fuera, cree que le responsabilizaran. Adivina anticipadamente las críticas de “guarra del Prat”. Aunque no cree en magias se acuerda de una piedra de ámbar que le regaló su tía que la ayuda a tranquilizarse. Con el movimiento de cogerla en los pies del pantalón por donde se ha deslizado se le ocurre una solución al desaguisado: igual que hace el movimiento con la mano, hacerlo con la escobilla para romper las cacas del váter y que el agua se las lleve.
A la ocurrencia salvadora la llamamos “triangulación”, símbolo de una solución repentina a una situación que se creía perdida.
El relato aparta otro “triángulo equilátero” que llevan a cabo tres personas que juegan a pasarse una pelota de tenis para entretenerse. Coincide que una encuentra a un hijo que hace 20 años estaba perdido, otra trabajo después de cinco años en dique seco y la tercera ‘encuentra’ ciento cincuenta euros que necesitaba, de un ciclista que casi le atropella y al que se le cae un monedero antes de salir pitando. Tres eventos magníficos para los tres que jugaban armónicamente con la pelota.
El ultimo triángulo es el formado por una semilla que cae en un patio de cemento que tiene una ranura abierta, que el implicado riega. Crece tres pisos con el tiempo y cuando el director lo corta, justo entonces tiene que irse, como si el árbol sostuviera la vida laboral.
Todas estas coincidencias, una detrás de otra, parecen significar algo misterioso, de ahí el título “triangulación pitagórica” sugiriendo algún tipo de conjunción matemática que produjera el azar como un milagro que se pudiera provocar.
La fórmula no puede deducirse de los distintos ejemplos que se dan en el cuento, en las que sólo hay en común que se hacen “tres cosas”, lo cual sólo da de sí para un ritual supersticioso. Aunque queda en pie que muchos acontecimientos en nuestra vida serán imposibles de predecir y tendremos que improvisar respuestas para ellos.
NOTAS TÉCNICAS
1 Pedimos al público que colabore en dictaminar posibles intercambios internacionales (francés con español, italiano con …)
2Ponemos énfasis en este esquema de triangulación consistente en decir 3 veces discúlpeme.
3 Repetimos el ritual de colaboración sémica grupal (“salir pitando”, “tomando las de Villadiego”, “pies en polvorosa”…)
4 Sugerimos el acostumbrado bis de sensaciones pasivas de bloqueo iniciadas esta vez con “aturdida” (“asombrada”,”estupefecta”..)
5 Salto ‘cuántico’ del cuento al narrador, que se integra en la narración.